Oscuro todo el alrededor. Abajo y bajo, frío y resfriado. El olor a los primeros seis pies es podrido. El olor de órganos descubiertos.
Como cuando atropellaron a Teddy. Anaranjado y blanco Teddy – hmm.
Más abajo, el olor a la dulce tierra. La tierra. En mi nariz y en mi boca. Tocar para sentir el pulso eléctrico de la tierra suelta y suave. Picándome las yemas de los dedos mientras cavo. Sip, sap con cada toque.
Mi madre decía que el dulce polvo no era para mí. Blanco, brillante, como la nieve. En su boca, en su nariz.
Ella sip. Ella sap.
Ella está muerta.
Su cabeza rodaba hacia atrás cada vez. Sus pupilas desaparecieron. Ido. Ella se ha ido.
A ella le gustaba ser sip.
El líder hace sap.
Yo ruedo.
Ellos ruedan. Nosotros cavamos. ¿Excavar, dice él? No. Enterrar en amor. Sí. Nos enteramos, nos enteramos en el suave amor. Amor por el otro, amor el uno por el otro. De ella, él dice. Para nosotros, él dice.
Es el gran secreto. La gran revelación. Justo debajo de nuestros pies, él dice.
Justo debajo de su nariz, siempre podía ver. El gran secreto de mamá.
Yo recuerdo la progresión. Yo recuerdo. Yo – yo estaba soñando de labios y codos que me dejaban en calzones mojados cada mañana. Yo tenía once años y quería aprender a patinar, pero él se fue. Se llevó su español con él. No más «mijo» o «por favor».
Yo no sé en cuánto tiempo él se había ido. La señal era el cartón de leche vacío, la pila de platos en el lavamanos, la falta de notas en el refri que decía que iba llegar tarde con un billete de veinte agregado. Sobre todo, fue el silencio cuando yo gritaba, ¡Papá!
Yo quería creer que solo desapareció, porque su ropa todavía olía a Schaefer’s.
Hubiéramos cambiado información antes de que decidieras irte jodidamente, en lugar de la plática sobre los Blue Dicks y como Bulkhead «tiene el listón muy alto» – la mierda que se significa eso. No podía alimentar mis nalgas con esa información inútil, ni cuidar a mi mamá con ella.
Él sabía del «hábito» de mamá. Yo no sabía que ella no podía vivir sola, estar sola.
La ausencia de mi padre abrió una herida que yo no sabía que se había tallado en mi. Mis ojos miraban y mi piel tomaba cuenta de las innumerables veces que vi a mi padre arrastrar a mi madre a la casa.
Yo – yo – yo recuerdo los árboles afuera. Siempre eran las dos ramas que sobresalen y el tocón manteniéndolo todo junto. Pero cuando la puerta se abría, era mi padre con sus dos manos, cargando a mi drogada madre.
Pes-a-do. Pegándose a mí. El español tonto de mi papa. ¿Pesado? ¿O cuidadoso? Cui-da-do
Cuerdas apretadas en ganchos sobre mí. Luces sin pilas. Amontonando mis huevos.
Bajo, bajo y apretado y más apretado. Los guantes son opcionales, gritan los ángeles. Me gusta la tierra.
En mis uñas. Dentro de mi nariz. En mi lengua. Sip, sap.
Presentando por las sonrisas falsas y los gracias de Schaefers’.
En nuestra agua y en nuestra piel – Schaefers encontrará su camino.
iHacen el mejor sip alrededor! Mágicamente nutritivo.
El líder come una cucharada al día para mantener el cielo a raya. Es el gran secreto.
Es el secreto del sótano.
Una cucharada pequeña cada día. Lejos de la tierra es lejos de la verdad, el dice. Sus ojos ruedan hacia atrás.
Ojos blancos en el sótano. Ángeles en un cuarto frío con uniformes para nosotros. Holiens.
Guantes opcionales.
iOh! Encontrando pedacitos de hueso, qué divertido. Papá, ¿eres tú? ¿Mamá?
Punta blanca a la lengua. Nunca se puede morder.
Arriba con todos, comenzamos parados sobre la tierra suave.
Ahora, sólo la tierra me abraza. Me ama. Me rodea.
Ella me dejó un regalo de despedida. Era el comienzo de mi tercer año en la prepa.
Para ese tiempo, ella había vendido la mayoría de los muebles. Lo único que no quiso vender era la astillada silla de madera que arrastró a la casa el primer aniversario de la partida de mi padre.
—Puedo apoyarnos —dijo ella, agarrando mis hombros. Sus ojos se saltaban de su cabeza—. Te tengo, chico.
Sus dedos como lápices se clavaron en mi piel. Ella era más alta que yo en ese tiempo. Su boca olía como el líquido que se junta al fondo del bote de la basura. Junto de su cuerpo huesudo estaba la silla amarilla y tosca.
En ese tiempo, le creí. Yo no estaba a cargo de ella. Ella estaba a cargo de mí. Ella era mí madre. La casa todavía tenía muebles. Las paredes estaban pintadas un amarillo de cascara de huevo. Los jalapeños todavía estaban en el jardín, pocos pero todavía colgando. Todavia estaba comiendo en la escuela o unos padres de la área dejaban comida y me contaban que «lamentaban mucho mi situación». Siempre eran las mismas señoras que me decían que mi padre «no hubiera querido que todo fuera así».
De todos modos, la silla fue una de las últimas cosas que quedaba en la casa que se podía usar. Estaba a punto de encontrarme con Raf para patinar en el autocine cuando hubo tres toques.
—Intenté llamar —dijo una voz al otro lado de la puerta de enfrente.
El olor de salvia e incienso me detuvo mientras yo intentaba irme. Me quedé parado en el solo cuarto. Su voz retumbaba.
—Skyler? Hola.
Las paredes estaban envejecidas con manchas. Me quedé sin moverme con la esperanza que Paloma Plasencia se fuera.
—Puedo verte.
Mi cabeza volteo rápido hacia la ventana de la sala. La mitad de su cuerpo era visible a través de la cortina. Sus trenzas se cayeron de sus hombros mientras inclinaba su cabeza hacia la ventana. Lo único que pude hacer era saludarla. Ella sonrió en respuesta.
Yo abrí la puerta y apunté al teléfono arrancado de la pared. Los cables parecían estar moviéndose en el agujero. Una cucaracha se esparció.
Allí, en frente de mí estaba el regalo de despedida de mi madre, aunque todavía no lo sabía. Paloma miró mis botas de carnicero aprobadas por Schaefer. La versión que le dieron a sus empleados hace diez años. Sus ojos se dirigieron a mi cabello, largo, rizado, y sin lavar.
—Yo solo quería ver y asegurarme que estabas bien —dijo Paloma. Mire detrás de mí. La sala estaba ocupada por montones de informes comunitarios y una lámpara estratégicamente puesta en el centro.
—Mi madre no está aquí, si es a quién buscabas—. Mire hacia el abajo a sus cachetes color olivo, a sus sandalias. Mantuve mis ojos lejos de los de ella.
—No —Ella esperó—. En realidad vengo a verte a ti.
Podía sentir su mirada ardiendo en mi pecho y mis cachetes. Tomé un trago de aire.
—Si ella te debe, eso es entre tú y ella. Lo siento—. Podía sentir mis orejas poniéndose rojas—. Bueno, si eso es todo lo que necesitas…
Mientras mi palma empujaba la puerta hacia Paloma, ella metió su bolsa de mercado vibrante para parar la puerta.
—No estoy aquí para ver a Sunny. Estoy aquí para verte a ti —dijo Paloma en un tono de voz que solo se usa para los niños malcriados. Empuje la puerta justo a mi cuerpo y apoyé mi cabeza contra el borde.
—Q’vo.
—¿Puedo entrar?
Me moví hacia atrás para que pasara adentro Paloma. Su cabeza seguía girando, tratando de mirar cada rincón vacío. Le señalé a la silla de madera.
Sus ojos dejaron de buscar y me miró. Ella negó la invitación a sentarse y me indicó que me sentara yo en lugar de ella.
Nuestros pasos sonaron por toda la casa vacía. Me senté. Ella parecía mas comoda.
—No sé si ya sabías esto, pero tu mamá estaba tratando de conseguir ayuda con su problema —dijo Paloma.
—Como siempre.
—Ella ha estado intentando ya por unas semanas.
Sus ojos no se movieron de los míos.
—Genial.
—Si. Bueno, ella finalmente encontró ayuda. Pero esta vez pensó que era mejor encontrar un cambio de lugar.
Para el tiempo que acabó Paloma con la noticias sus dedos estaban enredados. Las últimas palabras de mi madre empezaron como una película en mi mente.
—Sale, bueno me estas diciendo que sus últimas palabras para su hijo fueron «dame chansa hijo de la chingada». Si, como no, Paloma.
Las papas bravas en mi estómago se estaban tratando de escapar por frente. La mirada de Paloma no se movía de mí. Sus ojos siguieron todos mis movimientos faciales. Sus cejas se fueron relajando y su mirada era más compasiva.
Imágenes de mi madre llorando y gritando y apuntando su dedo llenaron mi mente.
—¿Y ella pensó que tú eras la mejor persona para contarme todo? —Mis pies tocaban el piso fieramente. —¿Y ahora que es? ¿Piedras? ¿Hierbas? ¿Jesús?
No note la mano de Paloma en mis hombros. Sentí una caliente sensación correr de mis labios. Sin perder un segundo, Paloma me limpio las gotas de sangre.
—Ella está intentando, —su voz suave como la cajeta que vende cada domingo—. Tu mamá llegó a mi lugar hace tres semanas. No le pregunté a dónde se iba, pero sus ojos y demandas eran claras y quería que hable contigo. Ella solo quiere que no te vayas bajo los mismos caminos.
Mis dientes querían morder mis labios moretonados otra vez.
—Sabes, ella tenía miedo de que alguien te llevara dentro un hoyo del que no pudieras salir.
Yo podía sentir los ojos de Paloma enfocados en la mugre atrapada debajo de mí uña.
Empezamos arriba con palas y cuerdas y guantes. Y sin pelo. Los de vestido en blanco nos llaman, nos dicen que tenemos que excavar.
En realidad, comenzamos desde el principio rodeados de amigos y familiares y uñas.
Y cuando nos duele la garganta y estamos solos, excavando, el líder nos escucha y viene a visitarnos.
Viene y contagia alegría con sus palabras y nos recuerda que no estamos solos. Sus palabras resuenan abajo.
De seguir excavando. Estamos enterrados en el amor y en la verdad.
Es difícil escuchar aquí abajo en el abajo. Solo estoy yo y la tierra y la mugre y la tierra.
Es como un truco de magia. Cuanto más le muestres que puedes, y cuanto más bajo vayas, menos luz verás, pero puedes sentir el sip y el sap, ¿verdad? ¿Puedes sentir el amor?
Puedes oír a los de arriba cantar y orar.
Yo mastico la verdad.
Eso es todo lo que recibes aquí. En la nariz, en la boca.
Frío y resfriado.
¿Estoy subiendo o excavando más abajo? Magia, ¿verdad? ¿VERDAD?
Está en mi nariz, en mi boca, en mis ojos.
Abajo y bajo.
Frío y más frío.
Translated by the author.
Featured image by Allison Mick.