Grace parpadeó sus ojos abiertos. Su garganta le dolía, un dolor que se sentía como dedos dentro de sus sinus y en la parta trasera de su cuello. Parpadeó en el sol brillante y cerró los ojos otra vez. Un pitido rítmico chirrió en sus oídos. Su piel estaba quemada. Su pecho vibró. Cada respiro sonaba en sus pulmones, cada expansión de sus costillas dolió todo su cuerpo. No quería estar despierta.
La ultima cosa que se acordaba era el pánico de su Abuela. Resonó por dentro la memoria del toque en su frente de la mano suave de su abuela. Las ventanas del cuarto de Grace habían estado abiertas. El calor de verano en el valle ya estaba soplando por la rejilla, a pesar de que era temprano en la mañana, pero Grace tenia frio. Había esperado que Abuela la hubiera dejado faltar a la escuela.
Despues de tomar su temperatura, Abuela la había levantado a Grace en sus brazos, su fuerza mucho más poderosa de lo que se pensaría en una abuelita de setenta años.
El pitido en el cuarto de hospital continuó. Grace respingó. El cuarto apestaba a desinfectante, dándole asco. Cambió su mirada a la derecha y un dolor fuerte le pego atrás de los ojos. Abuela estaba encorvada en la silla al lado de su cama, su mejilla acunada en su palma, su boca abierta, con un rumbo de ronquido saliendo por la nariz.
–Buenos días. –Una voz la sobresaltó a Grace. Saltó y su cuerpo protestó el movimiento.
Abuena bufó y se enderezó. Vió, con legañas en sus ojos, al hombre entrando al cuarto, bata blanca encima de pantalones de vestir y una camisa con cuello azul, antes de girar a Grace.
–M$%%a –Abuela le beso a Grace en su frente–. ¿C0^o d#@**t3?
La cabeza de Grace dolió. Las palabras de Abuela se mezclaron en su mente. El doctor le habló a Abuela, un eco justo despues de sus palabras. Grace parpadeó. El doctor se duplicó. No. Otra persona estaba en el cuarto con ellos, una mujer bajita. El diseño de flores brillantes en su blusa apuñaló los ojos de Grace. Es interprete. Si. El ingles de Abuela no era muy bueno. Necesitaba interprete.
Grace tragó saliva. La gotilla de saliva en su boca raspo tras su garganta. Abrió su boca para pedirla a Abuela agua, pero su voz falló. Su garganta dio un espasmo y convulsó, pero nada más.
Agua. Quería agua.
Pero el lenguaje no le venía.
–¿Q!* #1#1, c^&!n0?
Abuela se inclinó cerca de Grace. Grace reconoció en sus ojos su preocupación afectuosa, el consuelo más grande en el mundo. Sabia cada arruga en la cara de Abuela, sabia la cicatriz encima de su labio y los hoyuelos en sus mejillas, ¿pero las palabras saliendo de su boca—algo ‘ca’? Algo del coche, a lo mejor. ¿Le estaba preguntando Abuela si estaba lista a ir a casa?
–¿Como te sientes, Grace? –El doctor habló detrás de Abuela–. ¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Desayuno?
La cara de Grace se calló cuando las palabras del doctor la inundaron. Lo entendió a él, a su inglés. Abuela corrió sus dedos por el pelo despeinado de Grace. ¿Porque no podía entender a su Abuela?
Grace agarró la nota de su maestra, el calor del sol pegándole fuerte, humedeciendo a su palma y el papel. Había leído las palabras miles de veces, preguntándose porque mencionaron a Ella, una chica amable de otra clase. Grace deseaba desgarrar al español a trozos, pero su maestra y abuela sabrían si ella no entregaba el mensaje.
No era justo. Español era el lenguaje de Grace. Las palabras derrumbaban de su boca, vocales agudas y erres rodadas. Las mismas palabras que había oído en el radio cuando estaba haciendo tortillas con Abuela y en las canciones de cuna cantadas por la noche cuando era niña. Esas canciones habían sido sus memorias mas fuertes de sus padres desde el accidente. Ahora rebotaban por dentro de su mente, tonterías que no podía entender.
Sin prisa a llegar a casa, Grace empujo la nota dentro de su bolsillo y pateó una piedrita a través de los listones de la cerca rodeando la pastura de Shaefer Meats, agradecida que no era un dia de matanza. Paró en la cerca y estudió las vacas. Escuchó por palabras humanas. Davy Quintero, un chico en su clase, juró que las vacas hablaban. Grace no le creía, pero sería padre si lo hicieran, ¿no? Si las vacas podían hablar inglés, ¿no podría Grace hablar español otra vez?
Las vacas bramaron, bajo y lamentoso. El sol de la tarde pegó la pastura fuerte y sus colas batieron las moscas. La cara triste de Grace emparejó a las suyas. Colocó sus manos en la cerca. Una vaca bronceada con etiqueta amarilla en su oído levantó su cabeza al cielo y soltó un gemido largo. Grace sintió la melancolía en su corazón. A lo mejor la creatura había perdido una amiga a la matanza. La vaca mugió de nuevo, corto y desesperado. Grace quería pasar tras la cerca y tirar sus brazos alrededor de su cuello ancho.
La vaca se alejo de Grace y deseó que regresara. En ese momento, rápidamente y ágil, un ternero galopeo a reunirse con la vaca, llantos agudos saliendo de la boca del bebé mientras se enrollo tras las piernas de la vaca. La vaca con etiqueta amarilla aulló con alegría, armonizando con los llantos de su bebé.
Grace se alejó de la cerca. Sonrió por primera vez desde que se había enfermado. Un final feliz al cuento, hecho en mugidos. Grace no había entendido ninguna palabra entre las vacas, pero su amor y atención habían sido obvios.
Con nuevo propósito en su paso, continuٕó a casa. Pasó tras la puerta de la cocina, encontró Abuela en el fregadero, agua caliente corriendo sobre platos sucios. Grace tiró los brazos alrededor de la cintura de Abuela y puso su mejilla sobre el algodón sueva en la parte de atrás de su camisa.
–Ah, c^&!n0. –Abuela apagó el agua y giró, abrazando a Grace–. T3 @*^&R0, @ #$ !^*& E d#*@l$%.
Grace inhaló los olores de especies y jabón de su abuela.
–Yo también te quiero, Abuela.
Translated by A.P. Thayer.
Featured image by Klayton Harmon.