Jardín / Mentiroso

Read in English

Me gritaron frecuentemente por acostarme en el piso cuando tenia una cama robusta en donde dormir, hecha a medida con madera buena de los bosques más fondos, viejos, y fuertes de California. Pero eso era una mentira. Descubrí que la cama fue hecha en Taiwán la primera vez que dormí bajo ella y leí esas mismas palabras quemadas por a través de uno de sus listones. Mis padres me habían dicho que la cama perteneció a mi abuelo antes de que el empezó a dormir en el suelo también. Y, supuestamente, le perteneció a mi hermano, antes de que el hizo lo mismo. Pero no se si puedo creerme ninguna parte de eso porque no tengo un hermano. Nunca he tenido un hermano. 

Mis padres son mentirosos. Vengo de una familia de mentirosos. Mi abuelo era un mentiroso quien mudo a nuestra familia a Los Suelos hace muchos años, prometiendo esperanza y tierra buena para crecer agraria buena. Mis padres son desesperados, pero mienten para sentir esperanza. Yo soy mentiroso porque mis padres me necesitan pretender que estoy bien y me gusta comer carne y odio las cosas como punk y jardinería y enmugreciéndome las manos y pies. La única quien no era mentirosa es mi hermana. Mi hermana siempre ha sido honesta conmigo. 

No pienso que los mentirosos son malas personas. Algunas veces mentimos para hacerles a otros feliz. Algunas veces, mentimos para protegernos. Solo pienso que necesitas tener buena razón para decir tus mentiras, pero a menudo mis padres no tienen. La mentira mas grande que han dicho fue el de mi hermano. Estaban incorrectos. Es una cosa estar equivocados. Es otra tener evidencia y negar e insistir en mentir de todas maneras. Ella se dice mi hermana. Tengo una hermana quien trabaja por la noche en la escuela donde mis padres no me dejaron atender como conserje para que durante el día podría ella cuidarme. Una hermana chingona y punk quien me saco a hurtadillas para atender conciertos de los Fluppies y quien hico cierto que comiera más que solo la carne gris que nuestros padres traían a casa, cosas como cereal seco y avena y algunas veces un dulce. 

Ella tuvo la idea inteligente de empezar un jardín. Al principio solo era para hacer el jardín mas bonito. Pero luego trato de crecer vegetales y frutas también porque pensó que podíamos usar nutrición que no venia de esos suplementos de vitamina. Casi toda de la producción que no era natural al área solo negó crecer. Un día trajo a casa semillas que un poblano le dio. Crecieron en flores bonitas, beis. Y esas flores crecieron a frutas rojas, alumbrantes. Como rubias. Ella se comió una. Se enfermo. Hasta se le convirtió verde de color bruja una mano. Destruyó la planta. Nunca se mejoró, pero desde ese tiempo en adelante, podía crecer cualquier planta que quería. 

En y alrededor del pequeño invernadero nuestro abuelo había construido, ella creció un jardín modesto de zanahorias, ejotes, tomates, unas cebollas, y dos cabezas de lechuga quienes una vez soñé yo que eran mi cabeza y la de mi hermana en el suelo, tierra hasta las orejas, mirando a las estrellas. Esas plantas vinieron de semillas compradas de granjeros de partes mejores del valle, o fueron sacadas de las frutas que nos vendieron a tres dólares por pedazo por tener que traerlas hasta acá, porque la mitad de la comida se echaría a perder al travesar el rio San Joaquín. Juntos con pan y fiambres Shaefer Meats hacían un sándwich decente, aunque yo prefería solo tener los vegetales cómo ensalada. 

De vez en cuando se ponía ella inquieta y tomaba un galón de agua al día e insistió que yo hiciera lo mismo. Hablaría sobre marchándonos de este lugar y yo me asustaba y preguntaba si ella me iba a dejar, y ella diría no, claro que no, nunca haría eso. Pasaría casi todo su tiempo en el invernadero, noche y día, solo para evitar a mamá y papá, quienes ignoraron el árbol abuelo y el invernadero tan a fondo que yo casi pensaba que no podían verlos. Que significaría que no la pueden ver a ella. Pero cuando ellos estaban en casa y ella estaba visible, se peleaba con ellos tan a fuerzas que los días se sentían mas calorosos, y cuando al fin se fueron al trabajo, el calor se quedaba adentro, cocinando a mi hermana y mi. En un día así, desapareció. 

La única vez que sentí que tuve que mentirle a mi hermana era cuando comía zanahorias, pretendiendo gustarles. Estuve distraído por el calor y la mentira que tuve en mi cara rompió cuando mordí a una zanahoria demasiada terrosa. Hice mueca. Ella dijo que debería ser un pinche agradecido por la comida que ella entregaba y preparaba para mí. 

Después de la comida mi hermana regreso al invernadero y pase toda la tarde solo jugando al viejo NES, que estaba trabajando de una vez, aunque los colores estaban invertidos. Su ausencia vino como una vibración. Un terremoto pequeño. Vi a la araña antigua sobre la mesa del comedor para ver si todavía estaba oscilando. Si estaba todavía. 

Afuera, la tarde estaba brillante, la luz rebotando en cada superficie de metal—nuestra cerca de aluminio que rodeaba nuestra casa bungalow, los coches muertos en la entrada, y la puerta del invernadero entreabierta. 

Caminando al lado del árbol abuelo, pensé que lo había cachado frunciendo el ceño. Y mientras me acercaba a la puerta del invernadero ya sabie que no la iba a ver. Su saco de dormir, al centro de todas nuestras plantas, estaba vacío. Pero yo no. Yo estaba lleno de agua y zanahorias horribles y ejotes y a lo mejor cuerda, fuertemente enrollado. Sentí uno en mi pecho vibrar, el sonido reverberando por todo mi cuerpo y toda su agua. Ella, la única persona honesta que conocía me había mentido y me había dejado aquí. 

Pensé que por lo menos me hubiera dejado una nota para decirme donde se fue o si iba regresar. Me arrodillé encima de su saco de dormir cubierto en tierra y no encontré nada excepto una pequeña, triste planta que nunca había visto antes caída en su lado. 

Quería ir al pueblo para ver si estaba ahí, a lo mejor comprando botanas para el camino. Pero esta planta necesitaba ayuda. Tenia una calidad que le hacia parecer adolorida pero persistente, puesta como si estaba arrastrándose hacia la puerta del invernadero. 

Me arrodillé y la levante en mis manos, cuñándola como si fuera un bebe, y me acorde como mi hermana hablaba con plantas porque había oído una vez que haciendo eso las hace felices. Y cuando yo hablaba con plantas, les contaba chistes, les cantaba canciones de los Fluppies, ella se reiría y se abriría un poco más, y me hablaría de nuestro abuelo quien, de acuerdo con nuestros padres, había salido del pueblo un día y nunca regresó. Pero me dijo que eso era otra mentira. Antes de que nací, él era el único que la llamaba su nombre verdadero a mi hermana, no el nombre que nuestros padres le habían dado, y aunque él no podía crecer frutas y verduras, él podía ayudarla a crecer y asombrarla del constante, ardiente, ultravioleta examen de nuestros padres. 

Entonces susurre a la planta y abrió su bulbo. Pero cuando la sujete en el sol por demasiado tiempo, cerro. Excavé un hoyo al base del árbol abuelo, bajo su sombra, y la puse ahí. Luego encontré un lugar cercano donde podía acostarme y empujar mis dedos de los pies y mis manos adentro de la tierra, y todos podíamos absorber todo lo necesario y hacernos todo lo que era necesario.

Translated by A.P. Thayer.

Featured image by Maria Pogosyan.

Photo of author

J.J. Prado

J.J. Prado is a queer and Xicanx writer, editor, and artist from Southern California. Their work centers issues and celebrations of love, friendship, sexuality, and gender, and has appeared in Indicia, RipRap, Flexx, and Nerve Cowboy.