Translations Archives - Los Suelos https://lossuelos.com/category/translations/ My WordPress Blog Mon, 14 Feb 2022 03:47:08 +0000 en-US hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5.2 Ven Por las Palomitas, Pero Quédate Por la Película https://lossuelos.com/come-for-the-popcorn-es/ Sat, 12 Feb 2022 22:49:47 +0000 https://lossuelos.com/?p=3932 —Recuerda no llamarme tío —dice el tío de la mentirosa mientras ambos bajan del autobús, hacia el camino polvoriento que conduce al autocine.

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—Recuerda no llamarme tío —dice el tío de la mentirosa mientras ambos bajan del autobús, hacia el camino polvoriento que conduce al autocine.

Se suponía que este era el trabajo de verano de la mentirosa, pero ya es octubre. Tiene dieciséis años. El tío de la mentirosa no quiere trabajar en el autocine y es solo su segundo turno. Ella, por otro lado, tiene razones para quedarse.

—No importa que me llamas en el pueblo, pero soy Eddie aquí en el trabajo —dice el tío cerca de la cerca que rodea el estacionamiento. Mira hacia atrás una vez, un nuevo hábito—. Solo soy un amigo de la familia. Tan pronto como encuentre otro trabajo, todos saldremos de aquí como tu apá quería. —La voz de su tío carga una gravedad que recogió cuando llegó a casa hace unas semanas. El estar de vuelta en este pueblo le está encaneciendo su cabello.

El autocine está en el lado noreste del pueblo. El estacionamiento tiene un ligero olor a exceso de limpiador, como si escondiera algo más que los contenedores de basura. La único otra empleada está llenando la máquina de hielo. Su nombre es Tanya Batz y está masticando hielo de una taza. Alguien quema una vela por Tanya todas las noches, pero ella no lo sabe. La mentirosa sí. La vela está en su habitación.

La sobrina es una mentirosa porque protege a alguien.

Hibiscus, su jefe, los está esperando detrás de la mesa de concesiones, contando dinero. Lo enrolla en bandas elásticas como lo suele hacer cuando no va llevarlo al banco. Bebe de una botella de refresco.

—Eddie, ¿verdad? —Hibiscus pregunta.

—Así es —dice el tío de la mentirosa, sonriendo en su segundo día de trabajo.

—Te fue bien tu primer turno, Eddie. Estoy impresionado de que conozcas todas esas películas. Revisar las licencias para confirmar la edad de los clientes y nombrar una película de terror para su año de nacimiento. Brillante. Incluso lo disfruté. ¿Qué soy otra vez? —Hibiscus pregunta, indicándoles un rincón detrás de la máquina de palomitas de maíz.

El Conde Drácula —dice el tío—. 1970. —Le da a Hibiscus una vista de pie a cabeza como confirmando la elección de chupasangre.

La boca de Hibiscus revela dientes manchados.

—Nadie quiere trabajar aquí en este momento, así que me alegro de que estén aquí. —Se limpia la barbilla con el dorso de la mano—. Lucy, tengo suerte de que hayas regresado.

La mentirosa sonríe y lo mira cuando escucha su nombre.

—Por supuesto.

—Escuché lo que pasó. ¿Qué crees que lo hizo? —pregunta el tío de la mentirosa.

—Todavía no sé. Tardaron una eternidad en limpiar la sangre. Algunos de mis clientes regulares están asustados, pero recibí una copia del informe del sheriff del condado. Sorprendido estoy que aparecieron —dice Hibiscus.

—Tengo que decirte —continúa, mirando a su tío—, Nunca imaginé ver sangre volando por mi autocine. Incluso roció la máquina de palomitas. —Hibiscus mira la máquina, como si la sangre aún estuviera allí. Sus dedos se contraen nerviosamente cuando suelta el informe policial. Son solo dos páginas, pero están cargadas de redacciones, por lo que la mentirosa puede ver.

—La tía de Lucy dice que eres un amigo de la familia. ¿De dónde eres otra vez? —Hibiscus pregunta.

—Los Ángeles —responde el tío de la mentirosa. Él también miente bien. La mentirosa está rodeada de mentores.

—Aquí no es gran ciudad —dice Hibiscus, golpeando su pierna con una mano como si estuviera enviando código Morse.

—Te lo creo. —El tío de la mentirosa mira el estacionamiento, inspeccionando los autos como si estuviera decidiendo en cuál confiar.

—No puedo asumir lo que sabes, o no, sobre este pueblo—dice Hibiscus—. Quiero asegurarme de que te vas a quedar más que unos días. Tengo turnos que llenar. No puedo estar entrenando a alguien nuevo cada semana.

Más horas serían bienvenidas, piensa la mentirosa. Más tiempo para observar.

Hibiscus se inclina hacia atrás, por su rostro aparentemente ha encontrado el retrolavado al fondo de su botella. 

El tío de la mentirosa toma el informe y lo estudia. La mentirosa sabe que él se está apuntando para más que un trabajo. Ella lo observa prestar mucha atención a las líneas redactadas.

Hibiscus espera que llegue a la segunda página.

—Entrevistaron a todos. Nadie sabe qué demonios pasó. Esperaban que Lucy viera algo porque estaba detrás de la mesa de concesión. Tanya se había ido a casa temprano. ¿Verdad, Lucy?

Los ojos de la mentirosa parpadean hacia su jefe. Su ansiedad por ser descubierta casi la hace tropezar, pero logra abrir los labios.

—Así es. Se sintió mal. Quería asegurarse que no tenía «la enfermedad».

—Probablemente lo mejor es que no viste ese horror… —Hibiscus mira fijamente a través del lote—. Algo grande golpeó la ventana de mi oficina.

—¿Qué fue? —pregunta el tío.

—Algo que dejó sangre. —Hibiscus mira a la mentirosa como si supiera que ella tiene un secreto guardado en la cabeza y esta decidiendo como sacárselo.

El informe dice que una llamada llegó al sheriff del condado el sábado por la noche. Los clientes estaban en sus autos viendo una película de horror cuando la sangre empezó a rociar sobre la cerca y sobre sus parabrisas, llegando hasta las concesiones. Pensaron que era lluvia, al principio, pero luego algo saltó encima del capó de uno de los coches. Saltó, coche a coche, hasta llegar a la pasarela en la pantalla. Luego, se paró sobre dos piernas. Humano. Saltó por encima de la valla. Fue entonces cuando un cliente comenzó a gritar y encendió su automóvil, comenzando un éxodo caótico a través del camino de entrada demasiado estrecho. Solo unos pocos autos salieron antes del accidente. Después, los sheriffs encontraron un agujero de un metro de ancho en el suelo detrás de la pantalla. Sangre por todas partes. El nombre de la mentirosa está redactado, pero ella sabe que su tío nota la ausencia. Él sabe que la mentirosa no está diciendo algo. No importa. Van a salir de este pueblo tan pronto como ahorre suficiente dinero. El autocine debe permanecer abierto.

—Dice aquí que alguien fue reportado como desaparecido. —El tío establece el informe en la mesa con el mismo cuidado que elige sus palabras—. Pero creo que la gente se olvidará en un par de semanas. Debes mantener tu horario.

—Me alegro de que estemos de acuerdo. —Hibiscus sonríe—. Puedes ver la parte superior de los autos desde aquí. Sería difícil no ver algo.

La espalda de la mentirosa está recta. El secreto todavía burbujea en su cabeza.

—¿Eras la única que estaba aquí, Lucy? —pregunta su tío. La mentirosa admira lo astuto que puede ser su tío y está a punto de responder cuando Hibiscus entra.

—No. Salí por un segundo. No puedo estar en dos lugares, por eso te necesito. No tienes referencias, pero la tía de Lucy te recomendó. —Hibiscus extiende su mano a Eddie—. Bienvenido a bordo.

El tío de la mentirosa extiende su mano y se pone su cara pública. Es la cara que usa cuando no quiere que nadie sepa lo que realmente piensa.

—Puedes contar conmigo, jefe.

—Bueno, parece que hemos terminado aquí. —Hibiscus toma el informe y lo guarda en su bolsillo trasero—. Con suerte, es una noche tranquila. ¿Verdad, Lucy?

—Estoy segura de que lo será —responde la mentirosa.

Ella se alegra de que este momento ya casi termina.

Hay un pop en la puerta por donde entran los coches. Hace que los dos hombres giren, pero es solo Tanya asegurándose de que las puertas estén completamente abiertas. Hibiscus recoge su bolsa que no es de banco, pero mira, a la mentirosa, como si todavía estuviera buscando algo. Se va a su oficina. La mentirosa está segura de que él jefe está pensando en esa noche, deseando tener cámaras apuntadas al lote.

Es después del anochecer y los autos llenan el lote de ruido y dulces derramados.

Mientras la mentirosa y su tío empacan palomitas de maíz y ayudan a los clientes, notan que Tanya ha terminado de desplegar los altavoces y está subiendo a la cabina de cine. La noche esta fresca para octubre.

La mentirosa levanta la vista y se encuentra cara a cara con Tanya mientras Tanya sube los escalones. Ella viste de negro y desaparece como una luna nueva.

La mentirosa piensa que parece una diosa guerrera de uno de los libros de su tía sobre el códice florentino.

Ella no es solo una imagen bonita.

Ella, es más.

—¿Tanya ya se había ido cuando sucedió? —pregunta el tío de la mentirosa, cuando la fila de clientes ha calmado.

Sí tío —responde la mentirosa, quebrando la regla de no llamarlo tío para distraerlo un poco de la mentira.

—Tu tía dice que ni los sheriffs ni la migra les gusta venir aquí. Dice que están demasiado asustados, o desinteresados, en venir.

—La mayoría de la gente tiene miedo de «la enfermedad» —responde la mentirosa—. Pero no todos.

Está oscuro afuera.

A menudo oscurece cuando suceden cosas aterradoras o sorprendentes en este pueblo. El sábado pasado por la noche, la gente estaba trabajando en los campos de cultivo a una milla del cine. La película hizo un contenedor perfecto de sonido. Nadie podía escuchar lo que estaba sucediendo tan lejos. Un trabajador corrió por la carretera, pidiendo ayuda, y los autos no pudieron escucharlo. Así que ahí fue cuando sucedió. Cuando apareció.

Está sucediendo de nuevo en este momento, pero solo la mentirosa la vislumbra.

—Volveré, tío —dice la mentirosa antes de apartarse de las concesiones.

Una sombra de una mujer sale del estacionamiento. La mentirosa corre detrás de ella. Hay demasiadas personas en el lote. Demasiados en los campos.

La mentirosa encuentra a Tanya fuera de la cerca escarbando.

—Tanya —dice la mentirosa—. Ven conmigo. Te vas a lastimar. —«O peor aún, vas a lastimar a otra persona, y luego alguien te entregará». Las manos morenas de su mejor amiga están cubiertas de tierra roja y sus ojos, figura almendra, brillan mientras jadea como si tuviera fiebre. La mentirosa no recuerda cuándo notó por primera vez que Tanya estaba enferma, pero esta temporada ha sido la peor. La mentirosa ha dejado de reconocerla durante estos ataques violentos. El sábado pasado, la mentirosa tuvo que darle un palazo en la cabeza para apartarla lejos de la sangre.

La película es ruidosa, y la gente está disfrutando de la película de terror pirata. La mentirosa asume que ella y Tanya están solas, pero ella está equivocada.

—¡Una elegida! —dice una voz masculina detrás de la mentirosa.

Hibiscus ha caído de rodillas. Reverente. Su rostro esta más pálido que normal y sus manos tiemblan como si estuviera viendo la resurrección del Jesús Güero.

La mentirosa acepta con resignación que Hibiscus podría ser útil en mantener Tanya a salvo.

Bueno es tener amigos, aunque sea en el infierno.


La mentirosa vuelve a la mesa de concesiones. Cuando su tío pregunta, ella finge que Tanya todavía está arriba.

La mentirosa está haciendo más palomitas de maíz.

Porque todos están aquí para ver la película.

Translated by the author.

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The Hand That Guides You https://lossuelos.com/the-hand-that-guides-you-es/ Sat, 05 Feb 2022 23:29:17 +0000 https://lossuelos.com/?p=3606 Oscuro todo el alrededor. Abajo y bajo, frío y resfriado. El olor de los primeros seis pies está podrido.

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Oscuro todo el alrededor. Abajo y bajo, frío y resfriado. El olor a los primeros seis pies es podrido. El olor de órganos descubiertos.

Como cuando atropellaron a Teddy. Anaranjado y blanco Teddy – hmm.

Más abajo, el olor a la dulce tierra. La tierra. En mi nariz y en mi boca. Tocar para sentir el pulso eléctrico de la tierra suelta y suave.  Picándome las yemas de los dedos mientras cavo. Sip, sap con cada toque. 

Mi madre decía que el dulce polvo no era para mí. Blanco, brillante, como la nieve. En su boca, en su nariz. 

Ella sip. Ella sap. 

Ella está muerta. 

Su cabeza rodaba hacia atrás cada vez. Sus pupilas desaparecieron. Ido. Ella se ha ido. 

A ella le gustaba ser sip.

El líder hace sap. 

Yo ruedo. 

Ellos ruedan. Nosotros cavamos. ¿Excavar, dice él? No. Enterrar en amor. Sí. Nos enteramos, nos enteramos en el suave amor. Amor por el otro, amor el uno por el otro. De ella, él dice. Para nosotros, él dice. 

Es el gran secreto. La gran revelación. Justo debajo de nuestros pies, él dice. 

Justo debajo de su nariz, siempre podía ver. El gran secreto de mamá. 


Yo recuerdo la progresión. Yo recuerdo. Yo – yo estaba soñando de labios y codos que me dejaban en calzones mojados cada mañana. Yo tenía once años y quería aprender a patinar, pero él se fue. Se llevó su español con él. No más «mijo» o «por favor».

Yo no sé en cuánto tiempo él se había ido. La señal era el cartón de leche vacío, la pila de platos en el lavamanos, la falta de notas en el refri que decía que iba llegar tarde con un billete de veinte agregado. Sobre todo, fue el silencio cuando yo gritaba, ¡Papá! 

Yo quería creer que solo desapareció, porque su ropa todavía olía a Schaefer’s.

Hubiéramos cambiado información antes de que decidieras irte jodidamente, en lugar de la plática sobre los Blue Dicks y como Bulkhead «tiene el listón muy alto» – la mierda que se significa eso. No podía alimentar mis nalgas con esa información inútil, ni cuidar a mi mamá con ella. 

Él sabía del «hábito» de mamá. Yo no sabía que ella no podía vivir sola, estar sola. 

La ausencia de mi padre abrió una herida que yo no sabía que se había tallado en mi. Mis ojos miraban y mi piel tomaba cuenta de las innumerables veces que vi a mi padre arrastrar a mi madre a la casa. 

Yo – yo – yo recuerdo los árboles afuera. Siempre eran las dos ramas que sobresalen y el tocón manteniéndolo todo junto. Pero cuando la puerta se abría, era mi padre con sus dos manos, cargando a mi drogada madre. 


Pes-a-do. Pegándose a mí. El español tonto de mi papa. ¿Pesado? ¿O cuidadoso? Cui-da-do

Cuerdas apretadas en ganchos sobre mí. Luces sin pilas. Amontonando mis huevos. 

Bajo, bajo y apretado y más apretado. Los guantes son opcionales, gritan los ángeles. Me gusta la tierra. 

En mis uñas. Dentro de mi nariz. En mi lengua. Sip, sap. 

Presentando por las sonrisas falsas y los gracias de Schaefers’. 

En nuestra agua y en nuestra piel – Schaefers encontrará su camino. 

iHacen el mejor sip alrededor! Mágicamente nutritivo. 

El líder come una cucharada al día para mantener el cielo a raya. Es el gran secreto. 

Es el secreto del sótano. 

Una cucharada pequeña cada día. Lejos de la tierra es lejos de la verdad, el dice. Sus ojos ruedan hacia atrás. 

Ojos blancos en el sótano. Ángeles en un cuarto frío con uniformes para nosotros. Holiens.

Guantes opcionales. 

iOh! Encontrando pedacitos de hueso, qué divertido. Papá, ¿eres tú? ¿Mamá?

Punta blanca a la lengua. Nunca se puede morder. 

Arriba con todos, comenzamos parados sobre la tierra suave. 

Ahora, sólo la tierra me abraza. Me ama. Me rodea. 


Ella me dejó un regalo de despedida. Era el comienzo de mi tercer año en la prepa. 

Para ese tiempo, ella había vendido la mayoría de los muebles. Lo único que no quiso vender era la astillada silla de madera que arrastró a la casa el primer aniversario de la partida de mi padre. 

—Puedo apoyarnos —dijo ella, agarrando mis hombros. Sus ojos se saltaban de su cabeza—. Te tengo, chico.

Sus dedos como lápices se clavaron en mi piel. Ella era más alta que yo en ese tiempo. Su boca olía como el líquido que se junta al fondo del bote de la basura. Junto de su cuerpo huesudo estaba la silla amarilla y tosca. 

En ese tiempo, le creí. Yo no estaba a cargo de ella. Ella estaba a cargo de mí. Ella era mí madre. La casa todavía tenía muebles. Las paredes estaban pintadas un amarillo de cascara de huevo. Los jalapeños todavía estaban en el jardín, pocos pero todavía colgando. Todavia estaba comiendo en la escuela o unos padres de la área dejaban comida y me contaban que «lamentaban mucho mi situación». Siempre eran las mismas señoras que me decían que mi padre «no hubiera querido que todo fuera así».

De todos modos, la silla fue una de las últimas cosas que quedaba en la casa que se podía usar. Estaba a punto de encontrarme con Raf para patinar en el autocine cuando hubo tres toques.

—Intenté llamar —dijo una voz al otro lado de la puerta de enfrente.

El olor de salvia e incienso me detuvo mientras yo intentaba irme. Me quedé parado en el solo cuarto. Su voz retumbaba. 

—Skyler? Hola.

Las paredes estaban envejecidas con manchas. Me quedé sin moverme con la esperanza que Paloma Plasencia se fuera. 

—Puedo verte.

Mi cabeza volteo rápido hacia la ventana de la sala. La mitad de su cuerpo era visible a través de la cortina. Sus trenzas se cayeron de sus hombros mientras inclinaba su cabeza hacia la ventana. Lo único que pude hacer era saludarla. Ella sonrió en respuesta. 

Yo abrí la puerta y apunté al teléfono arrancado de la pared. Los cables parecían estar moviéndose en el agujero. Una cucaracha se esparció.

Allí, en frente de mí estaba el regalo de despedida de mi madre, aunque todavía no lo sabía. Paloma miró mis botas de carnicero aprobadas por Schaefer. La versión que le dieron a sus empleados hace diez años. Sus ojos se dirigieron a mi cabello, largo, rizado, y sin lavar. 

—Yo solo quería ver y asegurarme que estabas bien —dijo Paloma. Mire detrás de mí. La sala estaba ocupada por montones de informes comunitarios y una lámpara estratégicamente puesta en el centro. 

—Mi madre no está aquí, si es a quién buscabas—. Mire hacia el abajo a sus cachetes color olivo, a sus sandalias. Mantuve mis ojos lejos de los de ella. 

—No —Ella esperó—. En realidad vengo a verte a ti.

Podía sentir su mirada ardiendo en mi pecho y mis cachetes. Tomé un trago de aire. 

—Si ella te debe, eso es entre tú y ella. Lo siento—. Podía sentir mis orejas poniéndose rojas—. Bueno, si eso es todo lo que necesitas…

Mientras mi palma empujaba la puerta hacia Paloma, ella metió su bolsa de mercado vibrante para parar la puerta. 

—No estoy aquí para ver a Sunny. Estoy aquí para verte a ti —dijo Paloma en un tono de voz que solo se usa para los niños malcriados. Empuje la puerta justo a mi cuerpo y apoyé mi cabeza contra el borde.

—Q’vo.

—¿Puedo entrar?  

Me moví hacia atrás para que pasara adentro Paloma. Su cabeza seguía girando, tratando de mirar cada rincón vacío. Le señalé a la silla de madera. 

Sus ojos dejaron de buscar y me miró. Ella negó la invitación a sentarse y me indicó que me sentara yo en lugar de ella. 

Nuestros pasos sonaron por toda la casa vacía. Me senté. Ella parecía mas comoda. 

—No sé si ya sabías esto, pero tu mamá estaba tratando de conseguir ayuda con su problema —dijo Paloma. 

—Como siempre.

—Ella ha estado intentando ya por unas semanas.

Sus ojos no se movieron de los míos.

—Genial.

—Si. Bueno, ella finalmente encontró ayuda. Pero esta vez pensó que era mejor encontrar un cambio de lugar. 

Para el tiempo que acabó Paloma con la noticias sus dedos estaban enredados. Las últimas palabras de mi madre empezaron como una película en mi mente.

—Sale, bueno me estas diciendo que sus últimas palabras para su hijo fueron «dame chansa hijo de la chingada». Si, como no, Paloma.

Las papas bravas en mi estómago se estaban tratando de escapar por frente. La mirada de Paloma no se movía de mí. Sus ojos siguieron todos mis movimientos faciales. Sus cejas se fueron relajando y su mirada era más compasiva. 

Imágenes de mi madre llorando y gritando y apuntando su dedo llenaron mi mente. 

—¿Y ella pensó que tú eras la mejor persona para contarme todo? —Mis pies tocaban el piso fieramente. —¿Y ahora que es? ¿Piedras? ¿Hierbas? ¿Jesús?

No note la mano de Paloma en mis hombros. Sentí una caliente sensación correr de mis labios. Sin perder un segundo, Paloma me limpio las gotas de sangre. 

—Ella está intentando, —su voz suave como la cajeta que vende cada domingo—. Tu mamá llegó a mi lugar hace tres semanas. No le pregunté a dónde se iba, pero sus ojos y demandas eran claras y quería que hable contigo. Ella solo quiere que no te vayas bajo los mismos caminos.

Mis dientes querían morder mis labios moretonados otra vez.

—Sabes, ella tenía miedo de que alguien te llevara dentro un hoyo del que no pudieras salir.

Yo podía sentir los ojos de Paloma enfocados en la mugre atrapada debajo de mí uña.  


Empezamos arriba con palas y cuerdas y guantes. Y sin pelo. Los de vestido en blanco nos llaman, nos dicen que tenemos que excavar. 

En realidad, comenzamos desde el principio rodeados de amigos y familiares y uñas. 

Y cuando nos duele la garganta y estamos solos, excavando, el líder nos escucha y viene a visitarnos. 

Viene y contagia alegría con sus palabras y nos recuerda que no estamos solos. Sus palabras resuenan abajo. 

De seguir excavando. Estamos enterrados en el amor y en la verdad. 

Es difícil escuchar aquí abajo en el abajo. Solo estoy yo y la tierra y la mugre y la tierra. 

Es como un truco de magia. Cuanto más le muestres que puedes, y cuanto más bajo vayas, menos luz verás, pero puedes sentir el sip y el sap, ¿verdad? ¿Puedes sentir el amor?

Puedes oír a los de arriba cantar y orar.

Yo mastico la verdad. 

Eso es todo lo que recibes aquí. En la nariz, en la boca. 

Frío y resfriado.

¿Estoy subiendo o excavando más abajo? Magia, ¿verdad? ¿VERDAD?

Está en mi nariz, en mi boca, en mis ojos.

Abajo y bajo.

Frío y más frío.

Translated by the author.

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Pala Hardware https://lossuelos.com/pala-hardware-es/ Tue, 25 Jan 2022 01:27:43 +0000 https://lossuelos.com/?p=2856 Lucinda despertó en oscuridad. Era un ruido, como un zumbido o una tonada baja de afuera. 

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Lucinda despertó en oscuridad. Miro por alrededor del cuarto desconocido de la casa en donde vive con su esposo Rafael y su padre Miguel. No estaba segura de que la despertó. Era un ruido, como un zumbido o una tonada baja de afuera. 

El silencio en comparación de Los Suelos contra su casa natal en la subdivisión de Lathrop, apachurrada entre el rio San Joaquin y el I-5, le daba dificultad dormir estas últimos dos semanas. 

Rafael roncó mientras ella tiró el cubrecama y caminó lentamente a la ventana de donde se podía ver todo el pueblo. Las luces de seguridad de la ferretería brillaron suavemente desde hace unos cuantos edificios de distancia y ella podía casi ver unos movimientos. El reloj decía las tres de la mañana. Sabía que el grupo de recibo ya estaba trabajando.  La camioneta morada siempre llegaba a medianoche. Rafael dijo que la razón era por donde estaba ubicado la tienda en la ruta. Ella no estaba muy segura. De lo que sabia ella, Pala Hardware era la única ferretería “Lower Rate Corporation” de que ella había conocido y no sabía de donde venia la camioneta ni a donde iba. 

Mientras estuvo parada en la ventana, oyó lo que sonaba como metal pegando a tierra suelta. Era el sonido que siempre asociaba con los últimos momentos del funeral de sus padres, cuando los sepultureros habían empezado a llenar el hoyo profundo, antes de que su abuela la pudiera alejar. Notó el zumbido de nuevo. Definitivamente era una tonada. Una que debería conocer. Sintió el sonido pasarle por encima, como si la luz de la luna la estaba pintando con música. 

Lucinda se encontró tarareando. 

–Señora Santana… ¿Por qué llora el niño?

–Por una manzana –dijo en voz alta y una ola de nausea le paso por encima. Corrió al baño y esta vez justo llego a vomitar en el escusado. Estaba empeorando. Hasta la palabra manzana le estaba dando asco. 

Se sentó en el piso linóleo frio, demasiada cansada para pararse y lavarse los dientes. El frio se sentía bien contra su cuerpo sudoso y se acostó encima por lo que solo iba a ser un momento. Sus ojos cerraron. Podía oír la canción infiltrando su mente y suavemente llenando su existencia entera. El niño perdió su manzana y entonces llora. 


Lucinda ya no estaba en su baño, pero en el asiento trasero de un coche que no había existido en años. Era una pesadilla recurrente. Su madre estaba dormida en el asiento de pasajero, la oscuridad total de I-5 mientras corría por los Kettleman Hills lo hacía difícil ver más de solo un perfil borroso. Ni en su sueño podía acordarse de cómo se veía su madre. 

Su padre estaba manejando. Podía ver sus manos fuertes y ásperos en el brillo de las luces del tablero. El radio estaba fijo en una estación ranchera. Porque cualquier estación tocaría una nana tan noche, ella no podía entender. Se miro a si misma en el vestido rojo que su abuela le había dado antes de que empezaran la manejada de San Diego. Había insistido que se lo pusiera. 

Su madre dijo que se veía como una manzana. 

–Una manzana bonita –su abuela había corregido con una sonrisa tierna. 

Vio para frente el momento que el primer claxon se oyó. Los faros parecían como si un toro enorme y antiguo, intento en cornear su pequeño coche. 

Su padre despertó con un sobresalto. Era demasiado tarde. Podía oír su madre gritando el nombre de su padre. Podía oler el diesel y la gasolina. Y en los segundos entre el impacto y el momento que su madre perdió la capacidad de gritar, sintió fuego surgir al su alrededor. Estaba tan caliente que hasta dolió mirarlo. La bocina del camión se unio con sus gritos y las sirenas, y el sonido de las llamas mientras se tragaban su vestido, convirtiendo naranja a bermellón mientras consumían la tela preciosa. Luego paso como siempre pasa. Un momento de silencio absoluto. Un momento donde las llamas envolvieron todo y se encontró en una eternidad de rojo color manzana. La cara de una mujer apareció de repente. Estaba sujetando un bebe en una camiseta purpura. 

–La Virgen –Lucinda se oyó diciendo. 

–No, niña –respondió la mujer. Lucinda se sintió siendo elevada del escombro. 

–¡Lucinda!

Abrió los ojos para ver a Rafael agarrando su cabeza en su regazo, sus ojos grandes negros engrandecidos con preocupación. 

–Raf –Paró. Podía oír el claxon del camión y todavía suavemente el sonido de metal contra la tierra–. Raf. ¿Oyes eso?”

–¿El camión de reparto? –preguntó. Se acordó que estaba ahora en Los Suelos encima de linóleo frio que fue instalado cuando Mid-Century Modern era solamente Modern.

–Vamos a que te acuestes –Raf dijo mientras la levanto del suelo y la puso otra vez en la cama. 

–¿Estas regresando a la cama?

–No, ya estoy despierto entonces voy a chequear al envío. Te vere en la tienda luego, ¿sí?

–Bueno –murmuro Lucinda, añadiendo justo antes de que se durmió profundamente y sin sueños. 

–Espera, no la camioneta. Le excavación.

–Creo que papá esta excavando en el macizo de flores, –dijo Raf, arropándola a la cama.


Unos días despues Lucinda estaba trabajando tarde en la tienda cuando lo oyó otra vez. Señora Santana estaba tocando de alguna parte. No había sistema de sonido en el viejo Quonset-hut-convertido-en-ferretería y ella no recordaba su suegro teniendo un tocadiscos en su oficina como algunos de los otros negocios tenían. Sabia que CDs y DVDs eran tesoros en un pueblo donde no podías agarrar ninguna señal. No le había parecido raro que no había equipo de música hasta ahora. Solo lo aceptó como parte de su vida aquí y había felizmente abandonado television diurna y Top 40 para vivir con Raf. 

Se paro y se mordió su nausea. Esta casi segura que sabia porque le estaba dando asco, pero por una razón tenia un nudo de terror cada vez que tocaba la prueba de embarazo que tenía escondido en el cajón de su escritorio. No podía hacerse capaz de usarlo. Raf estaba desesperado para tener hijos. Le había dicho una vez que siendo el único Mexicano sin hermanos era un destino peor que morir. Ella había respondido que era buena cosa que solo era Mexicanoamericano y los dos se habían reído. 

Planeo su mano sobre el cajón, pero lo movió cuando oyó pasos viniendo del almacenamiento colocado arriba de ella. Nadia debería estar ahí. Todos deberían estar en la planta ayudando cerrar la tienda para la noche. Su primer instinto fue llamar a la policía, pero no había teléfono en el edificio y su teléfono no tenía señal en ninguna parte de Los Suelos. Su segunda idea fue ir rápidamente a la planta y buscar Raf. En cambio, se movió silenciosamente a las escaleras que suben al almacenamiento. El techo curvado hico difícil pararse en cualquier parte que no fuera en medio, entonces debería haber darse cuenta quien hizo el sonido. No vió nada. Se dio la vuelta para bajar cuando oyó un pisado atrás de ella de un espacio que estaba vacio. Su suegro estaba parado atrás de ella, sujetando una pala filosa. 

–¿Señor Pala?

El camino por delante de ella sin responder, como si no estaba. 

–¿Miguel? –trató de nuevo mientras el bajó las escaleras hasta la planta. Sólo un par de clientes todavía permanecían. No los conocía. Le dio miedo la manera que se echaron muecas secretas cuando Miguel les paso. 

–¡Alguien encuentre a Raf! –gritó mientras continuó siguiendo a Miguel afuera rumbo al estacionamiento. 

–Señor Pala, ¿qué haces?

Caminó directamente en la calle, parándose en un bache grande que tenía un circulo rojo alrededor de él, significando que el tripulante mítico de reparación carretera debería llenarlo con asfalto nuevo. Empezó a excavar. 

–¡Señor Pala! ¡Sácate de la calle! –gritó. Trató de acercarse, pero el sonido de la pala contra la tierra la pegó en las rodillas. Se derrumbó hacia al suelo y la puerta de la ferretería abrió detrás de ella. Sintió las manos de Raf sobre sus hombros. 

–Está bien, querida. Regresa adentro –dijo mientras la ayudo a pararse. 

–Raf, está excavando un hoyo en el centro de la calle. ¿Le vas a parar?

–Estoy seguro de que Papa sabe lo que esta haciendo. Ahora ven para adentro. Esta frio aquí fuera.

Oyó el claxon de un camión semi dando la vuelta al rincón. Oyó el richido de un sedan familiar al pegar los frenos. 

Se dio la vuelta just a tiempo para ver una cara mirándola tras la ventana trasera de una camioneta familiar antes de que exploto en una bola de flamas roja color de manzana. 


Lucinda trató de correr hacia el coche. Trató de salvar la niña que sabia que estaba adentro, pero Raf la sujeto fuertemente. 

–No hay nada que puedes hacer –él dijo–. Papa ya no está. No hay nada que podemos hacer.

–¡Tenemos que salvar a la niña!

–¿Cual niña, querida?

Miro otra vez al coche. No era una camioneta familiar. Era una chatarra que sabia que pertenecía a uno de esos que Miguel y Raf llamaban esos ‘locos del Belowdown’. El camión no era el semirremolque de sus sueños, pero una camioneta de envío normal con una carga de almendras en camino para procesar. El fuego había sido el charro de sangre y bilis cuando su suegro reventó en medio de los dos coches. Los conductores ya habían bajado de sus coches, tratando de echar la culpa de uno al otro. Nadie, ni siquiera Rafael, estaba molesto con los restos torcidos que habían sido Miguel Pala. Soltó la mano de Rafael, de repente asqueada por su agarre fuerte y su declaración árido e indolente sobre su padre fallecido. 

Lucinda se dio la vuelta y corrió adentro. Veinte minutos despues todavía estaba sentada en el baño de empleos, sollozando sobre las dos líneas rosadas mostradas. Estaba tan segura de que ella y Raf estaban enamorados. ¿Pero cómo podía alguien ver a su padre morir tan horriblemente y ni siquiera derramar una lagrima? Quien era Rafael Pala y como se había encontrado ella en este lugar, embarazada con su bebé. Miró para arriba cuando la puerta abrió y Raf la miró a ella y la prueba. 

Cabeceo. 

–Bueno. Justo a tiempo. –La levanto–. Ven, mi manzanita bonita. Te llevamos a cama. El proximo Pala necesitara mucho descanso para enfrentar lo que viene.

Lucinda siento su cuerpo enfriarse. Un silencio profundo descendió sobre ella, como el momento cuando fue rescatada del accidente. Cerro los ojos, puso su cabeza en su pecho, y empezó a cantar distraídamente, 

–Señora Santana… por que llora el niño… por una manzana… que se le ha perdido.

Translated by A.P. Thayer.

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Jardín / Mentiroso https://lossuelos.com/lying-garden-es/ Tue, 25 Jan 2022 01:12:35 +0000 https://lossuelos.com/?p=3337 Me gritaron frecuentemente por acostarme en el piso cuando tenia una cama robusta en donde dormir.

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Me gritaron frecuentemente por acostarme en el piso cuando tenia una cama robusta en donde dormir, hecha a medida con madera buena de los bosques más fondos, viejos, y fuertes de California. Pero eso era una mentira. Descubrí que la cama fue hecha en Taiwán la primera vez que dormí bajo ella y leí esas mismas palabras quemadas por a través de uno de sus listones. Mis padres me habían dicho que la cama perteneció a mi abuelo antes de que el empezó a dormir en el suelo también. Y, supuestamente, le perteneció a mi hermano, antes de que el hizo lo mismo. Pero no se si puedo creerme ninguna parte de eso porque no tengo un hermano. Nunca he tenido un hermano. 

Mis padres son mentirosos. Vengo de una familia de mentirosos. Mi abuelo era un mentiroso quien mudo a nuestra familia a Los Suelos hace muchos años, prometiendo esperanza y tierra buena para crecer agraria buena. Mis padres son desesperados, pero mienten para sentir esperanza. Yo soy mentiroso porque mis padres me necesitan pretender que estoy bien y me gusta comer carne y odio las cosas como punk y jardinería y enmugreciéndome las manos y pies. La única quien no era mentirosa es mi hermana. Mi hermana siempre ha sido honesta conmigo. 

No pienso que los mentirosos son malas personas. Algunas veces mentimos para hacerles a otros feliz. Algunas veces, mentimos para protegernos. Solo pienso que necesitas tener buena razón para decir tus mentiras, pero a menudo mis padres no tienen. La mentira mas grande que han dicho fue el de mi hermano. Estaban incorrectos. Es una cosa estar equivocados. Es otra tener evidencia y negar e insistir en mentir de todas maneras. Ella se dice mi hermana. Tengo una hermana quien trabaja por la noche en la escuela donde mis padres no me dejaron atender como conserje para que durante el día podría ella cuidarme. Una hermana chingona y punk quien me saco a hurtadillas para atender conciertos de los Fluppies y quien hico cierto que comiera más que solo la carne gris que nuestros padres traían a casa, cosas como cereal seco y avena y algunas veces un dulce. 

Ella tuvo la idea inteligente de empezar un jardín. Al principio solo era para hacer el jardín mas bonito. Pero luego trato de crecer vegetales y frutas también porque pensó que podíamos usar nutrición que no venia de esos suplementos de vitamina. Casi toda de la producción que no era natural al área solo negó crecer. Un día trajo a casa semillas que un poblano le dio. Crecieron en flores bonitas, beis. Y esas flores crecieron a frutas rojas, alumbrantes. Como rubias. Ella se comió una. Se enfermo. Hasta se le convirtió verde de color bruja una mano. Destruyó la planta. Nunca se mejoró, pero desde ese tiempo en adelante, podía crecer cualquier planta que quería. 

En y alrededor del pequeño invernadero nuestro abuelo había construido, ella creció un jardín modesto de zanahorias, ejotes, tomates, unas cebollas, y dos cabezas de lechuga quienes una vez soñé yo que eran mi cabeza y la de mi hermana en el suelo, tierra hasta las orejas, mirando a las estrellas. Esas plantas vinieron de semillas compradas de granjeros de partes mejores del valle, o fueron sacadas de las frutas que nos vendieron a tres dólares por pedazo por tener que traerlas hasta acá, porque la mitad de la comida se echaría a perder al travesar el rio San Joaquín. Juntos con pan y fiambres Shaefer Meats hacían un sándwich decente, aunque yo prefería solo tener los vegetales cómo ensalada. 

De vez en cuando se ponía ella inquieta y tomaba un galón de agua al día e insistió que yo hiciera lo mismo. Hablaría sobre marchándonos de este lugar y yo me asustaba y preguntaba si ella me iba a dejar, y ella diría no, claro que no, nunca haría eso. Pasaría casi todo su tiempo en el invernadero, noche y día, solo para evitar a mamá y papá, quienes ignoraron el árbol abuelo y el invernadero tan a fondo que yo casi pensaba que no podían verlos. Que significaría que no la pueden ver a ella. Pero cuando ellos estaban en casa y ella estaba visible, se peleaba con ellos tan a fuerzas que los días se sentían mas calorosos, y cuando al fin se fueron al trabajo, el calor se quedaba adentro, cocinando a mi hermana y mi. En un día así, desapareció. 

La única vez que sentí que tuve que mentirle a mi hermana era cuando comía zanahorias, pretendiendo gustarles. Estuve distraído por el calor y la mentira que tuve en mi cara rompió cuando mordí a una zanahoria demasiada terrosa. Hice mueca. Ella dijo que debería ser un pinche agradecido por la comida que ella entregaba y preparaba para mí. 

Después de la comida mi hermana regreso al invernadero y pase toda la tarde solo jugando al viejo NES, que estaba trabajando de una vez, aunque los colores estaban invertidos. Su ausencia vino como una vibración. Un terremoto pequeño. Vi a la araña antigua sobre la mesa del comedor para ver si todavía estaba oscilando. Si estaba todavía. 

Afuera, la tarde estaba brillante, la luz rebotando en cada superficie de metal—nuestra cerca de aluminio que rodeaba nuestra casa bungalow, los coches muertos en la entrada, y la puerta del invernadero entreabierta. 

Caminando al lado del árbol abuelo, pensé que lo había cachado frunciendo el ceño. Y mientras me acercaba a la puerta del invernadero ya sabie que no la iba a ver. Su saco de dormir, al centro de todas nuestras plantas, estaba vacío. Pero yo no. Yo estaba lleno de agua y zanahorias horribles y ejotes y a lo mejor cuerda, fuertemente enrollado. Sentí uno en mi pecho vibrar, el sonido reverberando por todo mi cuerpo y toda su agua. Ella, la única persona honesta que conocía me había mentido y me había dejado aquí. 

Pensé que por lo menos me hubiera dejado una nota para decirme donde se fue o si iba regresar. Me arrodillé encima de su saco de dormir cubierto en tierra y no encontré nada excepto una pequeña, triste planta que nunca había visto antes caída en su lado. 

Quería ir al pueblo para ver si estaba ahí, a lo mejor comprando botanas para el camino. Pero esta planta necesitaba ayuda. Tenia una calidad que le hacia parecer adolorida pero persistente, puesta como si estaba arrastrándose hacia la puerta del invernadero. 

Me arrodillé y la levante en mis manos, cuñándola como si fuera un bebe, y me acorde como mi hermana hablaba con plantas porque había oído una vez que haciendo eso las hace felices. Y cuando yo hablaba con plantas, les contaba chistes, les cantaba canciones de los Fluppies, ella se reiría y se abriría un poco más, y me hablaría de nuestro abuelo quien, de acuerdo con nuestros padres, había salido del pueblo un día y nunca regresó. Pero me dijo que eso era otra mentira. Antes de que nací, él era el único que la llamaba su nombre verdadero a mi hermana, no el nombre que nuestros padres le habían dado, y aunque él no podía crecer frutas y verduras, él podía ayudarla a crecer y asombrarla del constante, ardiente, ultravioleta examen de nuestros padres. 

Entonces susurre a la planta y abrió su bulbo. Pero cuando la sujete en el sol por demasiado tiempo, cerro. Excavé un hoyo al base del árbol abuelo, bajo su sombra, y la puse ahí. Luego encontré un lugar cercano donde podía acostarme y empujar mis dedos de los pies y mis manos adentro de la tierra, y todos podíamos absorber todo lo necesario y hacernos todo lo que era necesario.

Translated by A.P. Thayer.

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Speaking from the Heart https://lossuelos.com/speaking-from-the-heart-es/ Mon, 24 Jan 2022 22:23:46 +0000 https://lossuelos.com/?p=3311 La ultima cosa que se acordaba era el pánico de su Abuela. Resonó por dentro la memoria del toque en su frente de la mano suave de su abuela.

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Grace parpadeó sus ojos abiertos. Su garganta le dolía, un dolor que se sentía como dedos dentro de sus sinus y en la parta trasera de su cuello. Parpadeó en el sol brillante y cerró los ojos otra vez. Un pitido rítmico chirrió en sus oídos. Su piel estaba quemada. Su pecho vibró. Cada respiro sonaba en sus pulmones, cada expansión de sus costillas dolió todo su cuerpo. No quería estar despierta. 

La ultima cosa que se acordaba era el pánico de su Abuela. Resonó por dentro la memoria del toque en su frente de la mano suave de su abuela. Las ventanas del cuarto de Grace habían estado abiertas. El calor de verano en el valle ya estaba soplando por la rejilla, a pesar de que era temprano en la mañana, pero Grace tenia frio. Había esperado que Abuela la hubiera dejado faltar a la escuela. 

Despues de tomar su temperatura, Abuela la había levantado a Grace en sus brazos, su fuerza mucho más poderosa de lo que se pensaría en una abuelita de setenta años. 

El pitido en el cuarto de hospital continuó. Grace respingó. El cuarto apestaba a desinfectante, dándole asco. Cambió su mirada a la derecha y un dolor fuerte le pego atrás de los ojos. Abuela estaba encorvada en la silla al lado de su cama, su mejilla acunada en su palma, su boca abierta, con un rumbo de ronquido saliendo por la nariz. 

–Buenos días. –Una voz la sobresaltó a Grace. Saltó y su cuerpo protestó el movimiento. 

Abuena bufó y se enderezó. Vió, con legañas en sus ojos, al hombre entrando al cuarto, bata blanca encima de pantalones de vestir y una camisa con cuello azul, antes de girar a Grace. 

–M$%%a –Abuela le beso a Grace en su frente–. ¿C0^o d#@**t3?

La cabeza de Grace dolió. Las palabras de Abuela se mezclaron en su mente. El doctor le habló a Abuela, un eco justo despues de sus palabras. Grace parpadeó. El doctor se duplicó. No. Otra persona estaba en el cuarto con ellos, una mujer bajita. El diseño de flores brillantes en su blusa apuñaló los ojos de Grace. Es interprete. Si. El ingles de Abuela no era muy bueno. Necesitaba interprete. 

Grace tragó saliva. La gotilla de saliva en su boca raspo tras su garganta. Abrió su boca para pedirla a Abuela agua, pero su voz falló. Su garganta dio un espasmo y convulsó, pero nada más. 

Agua. Quería agua. 

Pero el lenguaje no le venía.

 –¿Q!* #1#1, c^&!n0?

Abuela se inclinó cerca de Grace. Grace reconoció en sus ojos su preocupación afectuosa, el consuelo más grande en el mundo. Sabia cada arruga en la cara de Abuela, sabia la cicatriz encima de su labio y los hoyuelos en sus mejillas, ¿pero las palabras saliendo de su boca—algo ‘ca’? Algo del coche, a lo mejor. ¿Le estaba preguntando Abuela si estaba lista a ir a casa? 

–¿Como te sientes, Grace? –El doctor habló detrás de Abuela–. ¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Desayuno?

La cara de Grace se calló cuando las palabras del doctor la inundaron. Lo entendió a él, a su inglés. Abuela corrió sus dedos por el pelo despeinado de Grace. ¿Porque no podía entender a su Abuela?

Grace agarró la nota de su maestra, el calor del sol pegándole fuerte, humedeciendo a su palma y el papel. Había leído las palabras miles de veces, preguntándose porque mencionaron a Ella, una chica amable de otra clase. Grace deseaba desgarrar al español a trozos, pero su maestra y abuela sabrían si ella no entregaba el mensaje. 

No era justo. Español era el lenguaje de Grace. Las palabras derrumbaban de su boca, vocales agudas y erres rodadas. Las mismas palabras que había oído en el radio cuando estaba haciendo tortillas con Abuela y en las canciones de cuna cantadas por la noche cuando era niña. Esas canciones habían sido sus memorias mas fuertes de sus padres desde el accidente. Ahora rebotaban por dentro de su mente, tonterías que no podía entender. 

Sin prisa a llegar a casa, Grace empujo la nota dentro de su bolsillo y pateó una piedrita a través de los listones de la cerca rodeando la pastura de Shaefer Meats, agradecida que no era un dia de matanza. Paró en la cerca y estudió las vacas. Escuchó por palabras humanas. Davy Quintero, un chico en su clase, juró que las vacas hablaban. Grace no le creía, pero sería padre si lo hicieran, ¿no? Si las vacas podían hablar inglés, ¿no podría Grace hablar español otra vez? 

Las vacas bramaron, bajo y lamentoso. El sol de la tarde pegó la pastura fuerte y sus colas batieron las moscas. La cara triste de Grace emparejó a las suyas. Colocó sus manos en la cerca. Una vaca bronceada con etiqueta amarilla en su oído levantó su cabeza al cielo y soltó un gemido largo. Grace sintió la melancolía en su corazón. A lo mejor la creatura había perdido una amiga a la matanza. La vaca mugió de nuevo, corto y desesperado. Grace quería pasar tras la cerca y tirar sus brazos alrededor de su cuello ancho. 

La vaca se alejo de Grace y deseó que regresara. En ese momento, rápidamente y ágil, un ternero galopeo a reunirse con la vaca, llantos agudos saliendo de la boca del bebé mientras se enrollo tras las piernas de la vaca. La vaca con etiqueta amarilla aulló con alegría, armonizando con los llantos de su bebé. 

Grace se alejó de la cerca. Sonrió por primera vez desde que se había enfermado. Un final feliz al cuento, hecho en mugidos. Grace no había entendido ninguna palabra entre las vacas, pero su amor y atención habían sido obvios. 

Con nuevo propósito en su paso, continuٕó a casa. Pasó tras la puerta de la cocina, encontró Abuela en el fregadero, agua caliente corriendo sobre platos sucios. Grace tiró los brazos alrededor de la cintura de Abuela y puso su mejilla sobre el algodón sueva en la parte de atrás de su camisa. 

–Ah, c^&!n0. –Abuela apagó el agua y giró, abrazando a Grace–. T3 @*^&R0, @ #$ !^*& E d#*@l$%.

Grace inhaló los olores de especies y jabón de su abuela. 

–Yo también te quiero, Abuela.

Translated by A.P. Thayer.

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Bicicleta https://lossuelos.com/bicicleta-es/ Tue, 11 Jan 2022 19:16:52 +0000 https://lossuelos.com/?p=3182 Pedazos de máquinas serradas y quienes formas no reconozco arañan el amplio azul. Un cementerio de monstruos metales, cubiertos en dientes. 

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Pedazos de máquinas serradas y quienes formas no reconozco arañan el amplio azul. Un cementerio de monstruos metales, cubiertos en dientes. 

No verdaderamente, per eso es lo que nos imaginábamos cuando jugábamos aquí, en la sombra del edificio viejo gubernamental. Jugábamos polis y cacos aquí. Ahora fumamos y platicamos de las piernas de Jenny Pappenbrook. 

–’Ta buena –dice Beto–. Y quiere mi verga.

–¿Qué no está saliendo con Charlie? –pregunto.

Beto se mofa. –Está cansada de su camarón y ahora busca un burrito gordo.

Soplo humo al cielo. Me recuerda a Papa Eduardo, mi abuelo, fumando con su café y su panecito cada mañana y aunque sabe a mierda y me quema la garganta, es lo mas cerca que me siento a casa estos días. 

–No sé, –dice Miranda y tira su cigarro. Ella es la única quien fuma conmigo, pero a ella le gusta. Siempre termina su cigarro más rápido que yo–. Oí que prefiere tacos.

–No mames –dice Beto, pero se ve en sus ojos que se lo cree también. 

Me deslizo con una bandeja bajo un montón de basura y desplazo el túmulo, revelando las manillas de una bicicleta. 

–Wow, mira. 

Beto está ahí a mi lado inmediatamente pero ya tengo mis manos sobre las manillas y estoy tirando la bici fuera de la basura antes de que él puede agarrarlo. Esos son las reglas de la chatarrería. Si lo encuentras, si lo agarras, es tuyo. 

–Saben que no aguanto tiradero de basura.

Apuro a esconder mi cigarro tras mi espalda. Me quemo mi nudillo mientras trato de agarrar mi bolsa, listo para correr, mi mano todavía alrededor del metal frio de la bicicleta. 

Hibiscus Bernard está parado con sus manos sujetas atrás de su espalda, la luz de la mañana iluminando su perfil por detrás como si lo hubiera llamado del Oyo para dar un poco de drama. No estoy seguro, con el sol en mis ojos, pero parece que esta sonriendo. Puedo ver sus dientes, por lo menos. Tantos dientes. Nadie debería tener tantos dientes.  

–¿Pues? 

Su pregunta cuelga en el aire por un momento antes de que Miranda corre y agarra su cigarro desechado. 

–Lo siento, Señor Bernard.

–¿Y que les he dicho de estar aquí? 

Su acento gringo es fuerte, pero sabe todas las palabras y los entiende hasta mejor. Siempre me sorprendía que él, de todas las personas, hubiera aprendido mi lenguaje. Papa siempre dijo que el Señor lo trataba bien.

–Lo siento, Señor Bernard –repetimos. Sabemos que estamos en un lio, pero cuanto depende en el día y su humor. Nos a correteado con perros antes, pero también ha fumado un cigarro con nosotros. Esperamos, con las uñas en la mano, a su juzga final. 

–Esa bicicleta está bien triste, Peter –dice después de un momento, sus ojos asombrados perforándome. Peter, no Pedro, porque todos, hasta mis amigos mas cercanos y mi familia, me llaman Peter.  Me esforzaron dejar ‘Pedro’ en la frontera. Nos cambiamos todos a nombres americanos, y ahora somos Peter y Abigail y Rebecca y Alfred. Papa se cambió de Giraldo ha Harold antes de que viniera toda la familia. Cuando todavía estaba sano. 

Papa dijo que Hibiscus lo trataba bien, que él era la única razón que Papa nos podía traer a este país y porque tenemos techo sobre nuestras cabezas. Pero cuando esta ahí, puros dientes y ojos ocultados, lo único que puedo pensar es que, si no fuera por este hombre, todavía estaría teniendo pan y café con mi abuelo en Aguascalientes. 

Dejo caer la bici. Pega contra el suelo, y se cae otra montaña de basura. 

–Como insisten en el absentismo –no se esa palabra, pero estoy acostumbrado a su uso de palabras que no reconozco–, tengo un recado para ti. Hazlo, y cuando vuelvas, tendré esta bicicleta reparada como nueva y te la doy. ¿Trato?

Me ofrece su mano enorme desde la sombra de su silueta y me llena la visión. 

Miro la bici tirada. Tiene manchas oxidadas, una llanta esta pinchada, la otra esta roto, no hay asiento, la cadena cuelga suelta, y una de las agarraderas esta completamente desgarrada. 

He estado pidiendo a mis padres por una bicicleta por tres años. Tenia una en Aguascalientes. 

Le doy mi mano a Hibiscus y su sonrisa crece más grande. 


–Este lugar me da ñañaras.

–Todo te da ñañaras, puto.

Me pierdo lo demás de la conversación entre Beto y Alejandro. Por el tono de voz y la distancia que tienen a la casa del viejo, diría que los dos tienen miedo. Miranda es la única suficiente valiente para acompañarme hasta la cerca. Suficiente brava para poner sus manos por encima y apoyarse para delante a mirar el jardín, lleno de basura, del Viejo Methuselah. 

–¿Estás seguro? Solo es una bici. No tienes que hacerlo.

La casa del viejo, una figura oscura y cubierta de cosas muertas—eso me parece chistoso—y dado una vida con ventanas clausuradas por todo el primer piso y cortinas pesadas y negras en la segunda, me espera. 

Nuestra casa en Aguascalientes ere del mismo tamaño. Ahora, somos siete en un apartamento con dos recamaras. Tía Chela y Mari—Michelle y Maria—viven al lado con mis primos. Hasta nuestros dos apartamentos juntos no están tan grandes como el primer piso de esta casa. 

Con mi padre tosiendo en el cuarto trasero del apartamento, lo que George, mi hermano, trae a casa de estar trabajando en los campos va a la familia. El ingreso de mi madre y de mi hermana también. Todo para la renta y comida y alguna ropa y para la medicina de mi papa. 

Nunca va a ver una bici. 

–Estoy seguro.


Estaba difícil correr con la caja en mis dos manos. Beto y Alejandro desaparecieron el segundo que disparo la pistola, pero yo estuve justo detrás y con la ayuda de Miranda, el viejo Methuselah nunca vio mi cara. 

Hibiscus me sonríe con sus miles de dientes mientras abre la caja, revelando fila tras fila de carpetas. Corre un dedo tras la cima y pausa casi al final. Su sonrisa flaquea por un instante antes de intensificar de nuevo y me da un escalofrío. 

–Me has hecho una buena cosa hoy. Y rápidamente.

Trago saliva, incapaz de quitar la vista de esos dientes brillantes blancos de esa boca dientuda. Saca una carpeta y tira la caja en una lumbre mientras saca un pedazo de papel y lo guarda en su chaqueta. 

Papa dijo que tuviera confianza a este hombre. Que le diera gracias y respeto. Pero papá es un monstruo arrugado en el cuarto trasero de nuestro chingado apartamento y Aguascalientes esta muy, muy lejos. 

–¿Que era? 

No puedo contenerme. 

Los dientes se multiplican y se inclina hacia mí.

–Terreno –dice, y por la manera de como lo dice, se no preguntar más. Después de un momento, Hibiscus me palma mi hombro y alcanza dentro de su caravana. 

–Toma, Peter –dice, y saca una obra de metal reluciente de la oscuridad. 

De alguna manera, en la hora que me tomo robar esa caja, la bicicleta ha sida transformada. Esta brillante. Esta resplendente. 

Es mía. 

–Mi nombre es Pedro –le digo y agarro la bici. 

Hibiscus me sonríe con esos dientes de tiburón. 

–A lo mejor podremos hacer más negocios en el futuro, Pedro.

Le doy mi espalda y camino la bici, las llantas cliqueando mientras la cadena gira los pedales. Esta bellísima. Miranda me espera, sus brazos cruzados, un cigarro entre sus labios medio sonrientes. Beto y Alejandro se están empujando a la distancia. 

–¿Pedro? –me pregunta. La cabeceo. Ella encoge los hombros. Enciende otro cigarro y me lo da. –Vamos pues. 

Camino la bici a su lado, pongo el cigarro entre mis labios, y la monto. –¿Quieres ir a pasear?

Ella se ríe y monta atrás de mí, balanceando sus pies en la rueda de atrás, sus brazos alrededor de mi cintura, el humo de su cigarro quemando mis ojos. Dejo a Beto y Alejandro gritando tras de nosotros mientras acelero bajo la colina, recordándome de cómo se sentía estar en una bici cuando vivía en otro lugar. 

A lo mejor este sí podría ser mi nuevo hogar.

Translated by the author.

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